El tiempo se detuvo en Capadocia…
Paisajes de otros
tiempos,
de otros lugares, por la
lluvia y el viento
creados, moldeados…
con esa paciencia de
quien se sabe eterno.
Pináculos coronados,
paisajes fálicos de
tierra fecundada
por soles y por
pobrezas…
saetas que al cielo
apuntan,
monumentos de toba
blanca,
con sikkes de
basalto
como derviches
congelados
en un tiempo del pasado…
… El silencio invade el
paisaje…
Sólo unos rezos recorren
el aire
día tras día, antes del
alba,
antes de que caiga la
tarde;
rezos llenos de armonía;
rezos que recuerdan que
Alá es grande;
rezos que son ruegos que
se elevan
hasta ese cielo infinito
que protege
la debilidad de las
almas,
la fragilidad de los
cuerpos, plácidamente…
Capadocia,
tierra de vastos
territorios,
donde el espíritu se
inflama,
donde se vacían los
sentimientos,
donde la nada es el todo
y el todo es la nada,
donde el amplio
horizonte
es telón de perpetuas
nieves
cobijando sueños,
protegiendo seres,
desde antes de los
tiempos,
desde siempre…
Sueños que perforan
rocas,
sueños que excavan el
suelo,
ciudades laberínticas
en el camino hacia el
averno.
Samazanes en sagrada oración,
monjes que todo lo dan,
que nada tienen,
la mortaja va con ellos,
el féretro es su cuerpo…
Sueños que giran y
giran,
giran, giran, giran…,
no cesan de girar;
son sueños de sueños;
mas con un sueño
mucho más allá
de los sueños…
… Sueños de humanos,
sueños de hadas,
sueños compartidos como
enamorados,
sueños de hadas
castigadas
convertidas en palomas,
sueños de rocas de
formas caprichosas,
sueños de soledades
en colinas hechas
moradas;
sueños de vastos parajes
con un corazón de
desierto,
con la sangre verde de
valles,
y un dorado cuerpo de
riscos
en el crepúsculo de la
tarde.
Capadocia,
tierra inigualable…
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